Como ya adelantamos desde AEDYP, es oficial: Spotify vuelve al ecosistema DJ. La noticia saltó primero con Serato y Algoriddim djay, y enseguida rekordbox se sumó al movimiento.
Esta novedad ha sido recibida con entusiasmo por muchos DJs: un catálogo de más de 100 millones de canciones, integrado directamente en el programa con solo iniciar sesión en una cuenta Premium. Sin descargas, sin pendrives y sin complicaciones. Pero, como siempre, detrás de cada gran anuncio hay una letra pequeña. Y esa letra pequeña afecta, sobre todo, a los productores musicales.
Música infinita al alcance de un clic
La primera sensación es de euforia. El bedroom DJ accede a un océano de música sin tener que comprar cada tema. En cuestión de segundos, salta de un clásico de Chicago House al último lanzamiento de Melodic Techno.
El profesional, por su parte, encuentra un laboratorio infinito para preparar sus sets: puede probar mezclas, construir ideas, o tantear géneros que no domina todavía. Todo ello, por menos de 20€ al mes. Es un caramelo irresistible para cualquier DJ.
El choque con la realidad
La alegría inicial, sin embargo, se encuentra pronto con un muro. Existe un hecho jurídico que no conviene ignorar: los Términos y Condiciones de la plataforma especifican que Spotify es solo para uso personal, no comercial. Traducido: no está permitido reproducir música desde Spotify en un club, bar o festival, aunque el local pague licencias de comunicación pública.
Además, faltan herramientas básicas que en cabina son imprescindibles: no hay modo offline para guardar canciones ni funciones como Stems, lo que deja a Spotify fuera de juego como solución profesional de escenario. Si se cae la conexión, se corta la música; si necesitas separar voces y percusiones al vuelo, tendrás que buscar otra vía. Es útil para ensayar y explorar, pero todavía está muy lejos de ser un caballo de batalla para la cabina.

¿Y los productores? La cara amarga del anuncio
La historia cambia cuando miramos el otro lado de la cadena: el de los productores. Y es ahí donde la integración deja de sonar a fiesta.
Cada vez que un DJ reproduce una canción en rekordbox vía Spotify, cuenta como un stream, y el productor o el sello percibe la fabulosa cantidad de 0,003€, aproximadamente.
Aquí es donde aparece el desequilibrio. Comparemos números:
- Una descarga en Beatport cuesta desde 1,39€ hasta 2,49€. Al productor (o sello) le quedan aproximadamente entre 0,97€ y 1,74€, tras comisiones.
- Para generar esa misma cantidad con Spotify, harían falta de 350 a 500 streams (dependiendo del país y del payout por reproducción).
Dicho de forma sencilla: un DJ tendría que reproducir tu tema cientos de veces desde Spotify para igualar el dinero que te generaría con una sola descarga en Beatport. Y eso, claramente, no va a suceder.
La consecuencia es obvia: si los DJs dejan de comprar descargas porque ya tienen acceso a través de Spotify, el productor pierde dinero. Pierde ventas unitarias que sí le sostenían, y a cambio recibe un puñado de céntimos en regalías de streaming.
Es cierto que la visibilidad puede aumentar: un tema tiene más posibilidades de ser descubierto si aparece directamente en rekordbox, junto a millones de canciones. El DJ puede, en el mejor de los casos, acabar comprando la versión extendida en Beatport o Traxsource.
Sin embargo, esos casos serán excepcionales. La mayoría de DJs no pinchará un mismo tema cientos de veces, ni lo comprará si ya lo tiene en Spotify. Así, aunque la visibilidad pueda aumentar, el balance económico sigue siendo negativo: la música se consume, pero el productor apenas obtiene un retorno real.
La respuesta de los sellos
Ante esta situación, muchos sellos digitales están empezando a retirar de Spotify las versiones extended de sus lanzamientos. La estrategia es clara: dejar en la plataforma únicamente el radio edit, pensado para el oyente casual, y reservar las versiones largas —las que de verdad usan los DJs en cabina— para tiendas como Beatport, Traxsource o Bandcamp.
Es un movimiento de defensa. Con esta medida, los sellos intentan evitar que sus catálogos sean explotados en un entorno que no les remunera de manera justa, obligando a los DJs profesionales a seguir adquiriendo la versión adecuada en canales que sí generan ingresos directos.
El mensaje es claro: si la música es mía, no tiene sentido que el mayor beneficiado de su uso en rekordbox sea Spotify, y no el productor.
Un equilibrio roto en la cadena de valor
Lo que esta integración pone de manifiesto es un desequilibrio que la escena electrónica arrastra desde hace tiempo. Los DJs buscan comodidad y acceso ilimitado a la música. Las plataformas de streaming ofrecen precisamente eso, a cambio de un modelo de monetización que rara vez compensa a quienes crean la música.
Servicios como Beatport Streaming o SoundCloud DJ intentan cuadrar el círculo: lockers offline, licencias comerciales y catálogos adaptados a la cabina. Spotify, en cambio, se presenta como un atajo para ensayar, pero no como una solución profesional. Y sin embargo, es tan masivo que puede cambiar hábitos de consumo de un día para otro.
Si los DJs dejan de comprar música porque ya la tienen en Spotify, los productores pierden. Y lo que gana un DJ en inmediatez puede convertirse en un agujero en la economía creativa de la escena.
Conclusión: ¿quién paga la fiesta?
La llegada de Spotify a rekordbox es un hito que cambiará la manera en que muchos DJs se acercan a la música. Abre puertas, democratiza el acceso y convierte la preparación de sets en un proceso más rápido y barato.
Pero toda fiesta tiene su coste. Y en este caso, lo más probable es que lo paguen los productores: menos ventas, más dependencia de un sistema de streaming que reparte poco y, en definitiva, un paso más hacia un ecosistema donde el consumo rápido se impone a la sostenibilidad.
La pregunta no es si Spotify en rekordbox es útil —que lo es, y mucho—, sino quién se beneficia realmente de este avance. Porque mientras los DJs celebran la noticia, los productores vuelven a mirar la cuenta de resultados, preguntándose cuánto más podrán resistir…
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